Ser amiga siempre ha sido de mis roles favoritos y aprender a ser buena amiga es una de mis aspiraciones más grandes en la vida. Para mí, ser amiga es estar. Tal vez esto sea porque mi lenguaje del amor por excelencia es el tiempo de calidad. Pero en verdad creo que lo que más valoro de las personas en mi vida es que estén ahí para mí, sobre todo cuando más las necesito, cuando busco un lugar seguro en el cual refugiarme. Qué bonito es a veces depender (estoy aprendiendo a dejarme ayudar). Y qué delicioso es disfrutar de buena compañía cuando todo va bien también.
Tengo un recuerdo muy grabado de mi adolescencia, creo que tenía como dieciséis años. Era un día entre semana y yo estaba comiendo con mi familia en mi casa. Cuando de repente me llama una amiga por teléfono, ni si quiera recuerdo quién o para qué. Sólo recuerdo que yo sabía que se trataba de algo importante, que mi amiga no estaba bien, que me necesitaba. Y me paré de la mesa inmediatamente para contestarle, para escucharla, para intentar estar ahí. Recuerdo que mi mamá dijo algo como “esta niña es a la que siempre llaman las amigas cuando la necesitan”. Y yo, que siempre me he tomado mi rol de amiga con muchísima seriedad, pensé: creo que tiene razón. Y qué honor.
Estoy por cumplir veintiséis y sigo pensando lo mismo que hace diez años. Aunque espero haber mejorado como amiga, mis intentos de estar ahí para mis amigos me siguen caracterizando. ¿Y es que en verdad qué sentido tiene la vida si no nos acompañamos? En lo hermoso y en lo doloroso, en lo que aparentemente no importa y en lo que sabemos que sí.
Se me apachurra un poco el corazón cada vez que veo que alguien descuida de sus amistades por empezar una relación de pareja, o que actúa como si fueran menos importantes. Es una pena. Las amistades son regalos preciosos pero para conservarlos hay que saber cultivarlos. Hay que darles de nuestro tiempo y energía. Estar rodeado de buenos amigos, de esos que siempre están, es una suerte pero también es algo que se construye lentamente y con intención. Y yo soy una suertuda, en parte porque la vida me ama y me manda personas maravillosas y en parte porque me encanta mi rol de ser amiga y procuro estar a la altura.
El lunes pasado fui a un café con Pau, una de mis mejores amigas, ella estudia medicina y yo atesoro cada ratito que puedo compartir con ella. Casi siempre quedamos en un café. Ella me platica de las novedades en su vida, yo de la mía. Nuestra forma de ver la vida es muy similar, nos importan las mismas cosas. Nos importa ser una buena amiga para la otra. Creo que lo hacemos muy bien. Nos conocimos hace poco más de seis años cuando entré “por error” a la carrera de medicina y coincidir con ella ha sido uno de los regalos más bonitos de la vida. Me encanta que sigamos acompañándonos en nuestros caminos aunque ahora se vean tan distintos.
Pau es mi amiga a la que más me parezco, o al menos eso creo. Me gusta creer que nos parecemos. Nuestros papás nos criaron de maneras similares, lo cual nos dejó con ciertas maneras de ser: somos empáticas y compasivas y a veces nos confundimos en lo que eso significa. Somos cuidadoras porque no nos quedó más remedio (aunque seguimos eligiendo serlo cada vez que podemos). A veces nos desgastamos pero creo que para eso nos tenemos, para cuidarnos entre nosotras. Es algo que hacemos aunque nunca admitamos que lo necesitamos. Las dos tenemos sueños muy grandes que nos ilusionan y abruman en partes iguales y soñamos con vivir en España; no sabemos explicar bien porqué pero nos entendemos. Con Pau no hace falta explicarlo. Pau es mi lavender y cada vez que la veo algo en mí sana. Es un espejo amoroso que me acompaña.
Lavender is the person you met randomly and instantly clicked with. They’re the most genuine and caring person you’ve ever met. They listen to you when you need them to and they understand you in a way most people never have. They walked into your life like they had always lived there and being in their presence brings out the best version of yourself.
Rose, otra de mis mejores amigas, se va a casar en poco más de una semana y exploto de emoción. Se casa con el amor de su vida; con un hombre bueno y noble que la adora. Se van a ir a vivir a otro país y yo sólo pienso en lo adultos que los veo, construyendo su propia vida. ¿En qué momento crecimos? Qué bonito poder hacerlo juntas, aunque sea de lejitos.
La gente que nos conoce a las dos nos dice que somos muy diferentes y tienen razón. Rose es la típica class clown y a mí me encanta reírme, digamos que soy público fácil jajaja. Ella es la más organizada y puntual y sabe que me tiene que recordar del café para el que habíamos quedado desde hace dos semanas, porque se me olvida. Y a veces se me hace tarde y ella me espera. Ella es más conservadora en sus ideas y a mí a veces me gusta ir contracorriente; ella me ve desde la distancia con una mezcla de asombro y curiosidad. Sabe de mi sueño de vivir al otro lado del mundo y me pedía que no la abandonara, y ahora es ella quien se va. Pero no pasa nada porque siempre nos vamos a acompañar. En eso sí que nos parecemos, en nuestra manera de ver la amistad, de ser amigas, de estar– de siempre estar.
Una gran amiga mía acaba de terminar su relación hace poco y me ha permitido acompañarla en este proceso que se siente tan doloroso y acertado a la vez. Yo intuía que ella llevaba tiempo sin estar bien, la sentía fuera de su centro. Tal vez podía notarlo porque yo pasé por lo mismo hace unos años cuando comenzaba a plantearme si dejar la relación en la que estaba. Yo viví ese proceso de manera solitaria. Así elegí hacerlo. No por falta de apoyo, ese gracias a Dios no me falta, sino porque quería asegurarme de que la decisión que tomara viniera totalmente de mí. Y así la veía yo a ella, como una guerrera en plena batalla y yo intentaba acompañarla a la distancia.
Hace poco se abrió conmigo a contármelo todo. Nos dimos cuenta de que nuestras historias de ruptura son increíblemente similares. Compartimos la incertidumbre, el dolor pero sobre todo el alivio. Hablamos sobre la ironía de sentir esperanza en medio de una tormenta y sobre el regalo de sentirnos acompañadas. La mejor parte es que hablamos de todo esto mientras cenábamos en un lugar de tacos donde sonaban cumbias a todo volumen. Entonces cada vez que se ponía más seria la conversación nos reíamos por el contraste de la canción. Nunca pensé escuchar Bidi Bidi Bom Bom con un nudo en la garganta jajaja pero agradezco la coincidencia, me recuerda la magia de vivirlo todo con ligereza. Hoy veo a esta amiga y no sólo puedo reconocerla, ya que ha vuelto a su centro, sino que me emociona seguir conociendo la persona en la que se está convirtiendo: tan sabia, tan madura, tan bien parada. Nunca la había visto tan valiente y me encanta.
¿Qué puedo decir? Soy una afortunada. Es un privilegio para mí poder ver a mis amigas soñar sin medida, casarse con el amor de su vida y tomar decisiones dolorosas que las acercan más a ellas mismas. Ser amiga es de los honores más grandes de mi vida. Y compartir mi vida con ellas es una de mis partes favoritas de vivirla. Pienso en mí yo de dieciséis años y quiero agradecerle por contestar esas llamadas, a veces inoportunas pero siempre necesarias. Quisiera contarle de lo que le queda por vivir con sus amigas y de todas las que apenas conocería. Quisiera decirle que lo que intuye es cierto: se trata de aprender a ser buena amiga.
Sigo aprendiendo.
– Isabel
La amistad, cuando es real, es eterna; una relación auténtica, elevada y enriquecedora. No es condicional como una relación de pareja, la cual se sostiene en el interés de ambas personas.
Ahora mismo estoy en mis 16 y desde hace tiempo me he planteado lo que es realmente ser “buena amiga” y esta reflexión me demuestra que en el mundo hay buenas amistades que valen la pena, realmente anhelo tener esas amistades de vida. 🤍